De niño me faltó entender a dónde fue mi padre y porqué no volvió. Todo lo que tenía era a mi madre, que según yo creía, me daba todo lo que necesitaba: sobreprotección y falta de verdadero afecto. En ese entonces yo no sabía de amor.
De niño tuve una educación ortodoxa, rígida y conservadora, que no daba lugar a la expresión de los que sin saberlo y por algún motivo éramos distintos. No había lugar para la individualidad, sólo una máquina homogeneizadora que procesaba seres humanos e intentaba convencernos de que lo correcto era que fuéramos todos iguales. Desde ese entonces pusieron barreras, como antibióticos que me invadieron y enfermaron mi fría sensibilidad.
De niño me faltó cariño, contención, verdad, explicación.
Crecí con una guerra cruel que entre otras cosas se tragó a mi padre, mis expectativas y mi futuro.
Tuve que encontrar respuestas en sustancias que nunca me aclararon nada y contribuyeron a incrementar la nebulosa que ya para ese entonces impedía mi correcta apreciación de los hechos.
Me casé con una mujer a la que nunca le pude dar más que mis dudas, mi frialdad y mi incipiente locura. Tampoco en ese entonces sabía de amor, aunque constantemente lo buscara por oscuras esquinas, en cada vaso quebrado a mis pies. Ella se fue, no me di cuenta hasta que la necesité, y ya no estaba...
Nunca encontré solución a ese mar de dudas y depresión en el que diariamente me ahogaba. La televisión me traía alentadoras noticias de amores que no eran míos, poder insalubre, dinero que ya había comprado todo lo que tenía menos un camino que seguir. La guerra continuaba permanentemente en mi cabeza y se reproducía a lo largo de todo mi cuerpo, de pies a cabeza. Ojos piel y manos inmersos en una trinchera de barro, violencia, muerte diaria y drogas.
Construí un muro a mi alrededor para aislarme de mí mismo y me aisló de los otros. Lo material pretendía ser imprescindible y lo logró, impidiéndome mirar a través.
Me convertí en un monstruo inserto en un laberinto de voces intoxicantes para el que no encontraba salida. Llegué a odiar todo. Fui lo que ellos querían. Otra víctima.
Maté esperanzas, frustré amores, logré igualdad, superioridad, ho-mo-ge-nei-dad.
Me temían, y en ese poder hallaba la solución, nunca había estado tan cerca, el mundo a mi merced, soberanía, y cada obtusa sonrisa me dolía.
Fui otra víctima del sistema, pero se equivocaron. De alguna manera pude darme cuenta de la alimaña en la que me convertí, y era una capa de gusanos por sobre un ser que despertaba de una eterna letanía.
No sé si ahora entiendo de amor, pero logré voltear el muro que me separaba de la siempre inentendible realidad. Y no era ni nunca fue lo que ellos me mostraron. En un momento comprendí esos métodos precisos y cuasi científicos de silenciamiento. Lo lograron conmigo, pero no lo harán con ustedes...
PD: dedicado a un “viejito” que logro una de las autocríticas más impresionantes de la historia del cine y la música, que sigue mostrando el camino y deja un legado cultural y político imprescindible para las nuevas y no tan nuevas generaciones. Gracias....