Desde
que nació le pasa a Juan.
Le pasa hasta hoy de vez en vez,
el
sentir que es de esos que viven al revés.
No
es que sea solo un pensamiento
o
una forma de ser diferente.
Es
que él se da cuenta de esto
en
los momentos en que es menos consciente.
Le
gusta más que sol el día nublado,
cuando
lo miran mucho se siente mal parado,
prefiere
al ruido y movimiento el silencio
y
juega, cuando todos hablan, a quedarse callado.
Juan
se sonroja si lo piensan como tal;
algunos
creen que es de esos
que
se manejan con el corazón.
Por
eso muchas veces siente tristeza,
decepción,
frío en el alma, desazón.
Casi
siempre el susurro del viento
en
las hojas lo conmueve; con los ojos cerrados
y
el resto abierto baila y canta.
Suelen
decir por ahí que se le va la mano,
que
está medio loco.
A
él no le importa,
hasta
piensa que es bueno estarlo un poco.
Juan
es de esos que temen al espejo,
por
ser solo un envoltorio lo que devuelve su reflejo.
Entonces
sale y camina; sur, norte, este u oeste.
Sonriente
con la simplicidad de la vida,
no
hay cosa o persona que moleste.
Podría
ser él mismo, pero aunque cueste,
elige
ser el de agua dibujado en lo celeste.